El trueno horrendo que en fragor
revienta
y sordo retumbando se dilata
por la inflamada
esfera
al Dios anuncia que en el cielo impera.
Y el rayo que en
Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que, más feroz
que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y
el canto de victoria
que en ecos mil discurre, ensordeciendo
el
hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la
tierra
árbitro de la paz y de la guerra.
Las soberbias
pirámides que al cielo
el arte humano osado levantaba
para
hablar a los siglos y naciones
-templos do esclavas
manos
deificaban en pompa a sus tiranos-,
ludibrio son del
tiempo, que con su ala
débil, las toca y las derriba al
suelo,
después en el fácil juego el fugaz viento
borró sus
mentirosas inscripciones
y bajo los escombros confundido
entre
la sombra del eterno olvido
-¡oh de ambición y de miseria
ejemplo!-
el sacerdote yace, el dios y el templo.
Mas los
sublimes montes, cuya frente
a la región etérea se levanta,
que
ven las tempestades a su planta
brillar, rugir, romperse,
disiparse,
los Andes, las enormes, estupendas
moles sentadas
sobre bases de oro,
la tierra con su peso equilibrando,
jamás
se moverán. Ellos, burlando
de ajena envidia y del protervo
tiempo
la furia y el poder, serán eternos
de libertad y de
victoria heraldos,
que con eco profundo,
a la postrema edad
dirán del mundo:
«Nosotros vimos de Junín el campo,
vimos
que al desplegarse
del Perú y de Colombia las banderas,
se
turban las legiones altaneras,
huye el fiero español
despavorido,
o pide paz rendido.
Venció Bolívar, el Perú fue
libre,
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del
Sol fue colocada».
José Joaquín de Olmedo
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